martes, 18 de junio de 2013

Cuenta el final, María Margarita

La contadora de películas (2009) relata una historia ambientada en la provincia chilena, en un pueblo donde una de las pocas diversiones es el cine local. María Margarita, la protagonista de la historia, es integrante de una familia muy pobre, así que el padre, cinéfilo, quien no puede pagar las entradas de todos, organiza un concurso para elegir al mejor contador de historias entre sus hijos: así uno de ellos podrá ver la película para luego volver a casa y contársela al resto. Cuando demuestra con creces que no tiene rival, la niña se convierte en la contadora de películas. La novela es el recuento de su gloria en ese juego tan cinematográfico y literario, pero también el de su brusca madurez.
Lo más llamativo de este narración del chileno Hernán Rivera Letelier (Talca, 1950) es la forma en que construye el testimonio de un personaje muy humilde en un contexto miserable. Sin necesidad de regodearse en detalles sórdidos para darle tremendismo a su relato, Rivera Letelier tampoco construye un mundo infantil simplificado. A la niña le pasan cosas terribles, sí, como resultado de una vida llena de sacrificios en un lugar aislado y donde impera una ley injusta. Pero ella cuenta esas cosas difíciles de contar sin incurrir en el melodrama de las películas mexicanas que su familia tanto parece disfrutar.
El dolor, parece entender la joven narradora, forma parte de su vida y en su pronta asimilación radica la sobrevivencia en un medio muy hostil, que pocas oportunidades de emancipación puede proveerle.
Así, La contadora de películas es la historia de ese contraste, el de los tiempos felices en que la joven se convierte en una cuenta cuentos ejemplar, frente a las duras demandas de una vida adulta que tiene que asumirse a destiempo, suerte de renuncia a una infancia a pesar de todo memorable.
Rivera Letelier demuestra su habilidad para darle credibilidad a un personaje femenino que recuerda su niñez, con una voz mesurada y no obstante capaz de evocar experiencias muy impactantes. Recuerdo una novela notable en este sentido, Las hojas muertas (1987), de Bárbara Jacobs, en donde también había un retrato nostálgico de un padre herido, aunque por razones muy diferentes al personaje de La contadora de películas.
El padre de María Margarita es un hombre que queda inválido después de un accidente. Para colmo, su esposa lo abandona, a él y a sus hijos. En una de las escenas, la niña comprende de una forma brutal por qué su madre abandonó a un hombre viejo, inutilizado de la cintura para abajo. Es el descubrimiento de una verdad amarga y que tiene que ser revelado a los ojos de una jovencita de la peor manera; no diré de qué forma, pero en esa coherencia radica uno de los grandes logros del relato.
El otro es la forma en que Rivera puede apelar a la belleza del cine sin ser devorado por ella. Con frecuencia, la literatura es forzada a emprender una batalla desigual con el cine, aunque en este caso ambos aparecen hermanados de forma natural por el arte del chileno. De las alianzas entre cine y literatura han surgido obras maestras (El padrino, digamos), pero también estropicios (la más reciente versión de El gran Gatsby, por ejemplo). La contadora de películas, desde luego, no es un estropicio.  
Apenas he insinuado la forma en la cual Rivera Letelier aprovecha las formas de lo cómico para darle vida a su historia, como ocurre en el caso de los nombres con eme: la obsesión del padre, quien dispone que todos sus hijos se llamen así, Mariano, Mirto, Manuel, Marcelino… Y, desde luego, María Margarita, quien estuvo a punto de llamarse nada menos que Marylin Monroe. Todo ello orquestado alrededor de una curiosa teoría que incluye a nuestro Mario Moreno.
Hay un aspecto de la novela relacionado con el éxito del cine mexicano a mediados del siglo pasado, como se sabe, y del cual se deja constancia. Es el hecho de que, a pesar de su aparente exotismo (una salitrera perdida en el interior de Chile), la historia de La contadora de películas es muy familiar (universal, dirán otros, con entusiasmo), gracias a un bagaje común entre chilenos y mexicanos. Al final, sin ser pretensioso, Rivera Letelier ha logrado asimilar los recursos del cine en su novela, con un final que tiene mucho de las grandes películas.
La contadora de películas, Hernán Rivera Letelier, México, Alfaguara, 2010, 118 pp.
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[Publicado originalmente en el periódico mexicano Primera Plana, el 14 de junio de 2013]


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