viernes, 19 de abril de 2013

La risa puede con los mitos



José Luis Zárate (Puebla, 1966) es un escritor mexicano que se ha dedicado desde hace décadas a la escritura de relatos fantásticos y de ciencia ficción, una labor que para algunos resulta penosa en México, por los prejuicios que acompañan a ese tipo de historias. Todo ello frente al “realismo” de los escritores del canon y la brutalidad de la vida cotidiana.
Ante esa polémica afirmación, la que asegura que la fantasía más radical habita el cuarto de servicio de la literatura nacional, habría que ser prudentes, sobre todo cuando vemos la forma en que personas de todas las edades consumen masivamente historias de ese tipo, ya sea por medio del cine, las series de televisión, la historieta y a veces la narrativa.
En todo caso lo que se antoja necesario es clasificar: poner en su justa dimensión las novelas de Harry Potter, por ejemplo, porque este no puede ecualizarse sin más con Tolkien, Úrsula K. Le Guin o Angélica Gorodischer. Mucho menos con Borges. Y con eso no despreciamos a JK Rowling, sino que defendemos su lectura clara y distinta.
La máscara del héroe, editado en España por Grupo Ajec en 2009, reúne tres de las novelas cortas de Zárate, gran oportunidad para quien desee conocer una buena muestra del trabajo de este autor.
La primera de ellas es «Del cielo profundo y del abismo», mención especial del Premio de Ciencia Ficción 2000 de la Universidad Politécnica de Cataluña, editada con el resto de los ganadores ese mismo año. Estamos ante una novela acerca del mito de Superman, al que nunca se menciona explícitamente (por cuestiones de derechos, suponemos) pero cuya naturaleza resulta obvia.
Superman es el superhéroe por excelencia, idealizado como pocos, suerte de dios extraterrestre que Zárate somete al análisis de todas sus contradicciones, para concluir que en muchos sentidos este héroe es un peligro para la gente, como queda claro en varias escenas.
Blanco de una conspiración, Superman dedica su tiempo a resolver casos como un detective de poca monta, gracias a la habitual mezcla de las sagas de superhéroes con la novela negra.
De ahí que no sea casual la aparición de Batman, que también es desmontado por Zárate. Si Superman es un ingenuo que hace el mal cuando pretende ayudar, Batman es un arrogante que combate criminales para saciar un ego desmedido. Alfred, el mayordomo, es aquí un crítico implacable de su jefe, así como del malogrado padre de este: Thomas Wayne es asesinado a la salida de un teatro por su vanidad de hombre poderoso y adinerado, que pasea por una calle oscura por mera suficiencia; ¿qué le costaba a su esposa Martha ceder tranquilamente sus joyas? Sin embargo, al final a Zárate no lo conduce el simple afán de ridiculizar a los héroes pop del mainstream, sino que se ocupa de redimirlos, como se verá.
«La ruta del hielo y la sal» apareció originalmente en 1998 y es señalada como la obra maestra de Zárate. Cuenta lo que ocurrió a bordo de cierto barco, que aparece en uno de los pasajes de una novela célebre como pocas. No hay mayor misterio y una simple búsqueda por Google le descubrirá al lector los detalles, si así lo desea. Pero bien puede comenzar su lectura sin esa información (la novela puede descargarse gratuitamente del sitio de la editorial).
Decir que «Xanto. Novelucha libre» (1994), que cierra el volumen, es una novela atípica, resulta un eufemismo. Estamos ante el texto más arriesgado de La máscara del héroe. Cuesta creer que, luego de la exquisitez de «La ruta del hielo y la sal» y sus descripciones de la pasión homoerótica, estemos ante un relato del mismo autor. Sin complejo alguno, Zárate salta de lo fantástico a lo cómico, en una historia que ha sido leída, con fortuna, como una parodia de Lovecraft y sus criaturas. 
Zárate contribuye a engrandecer todavía más uno de los mitos nacionales, el Santo, con una novela de prosa atropellada (a veces demasiado, hay que decirlo), plagada de brillantes ocurrencias y que va en busca de la tremenda carcajada. Un lujo: el pasaje en que el gran héroe del cómic mexicano aconseja al Xanto, sin que de nuevo se explique claramente ante quién estamos.

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